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domingo, 15 de julio de 2012

Él Estuvo Aquí.

Él Estuvo Aquí.
Se fue a dormir, con la agitación aún en su pecho. La obra que había terminado de engullir. Sí engullir, pues se sentó en la mañana, y en la madrugada decidió pasarse a la cama, con el único sustento, el acompañante perfecto para estos menesteres, mucho café. De un tirón había vivido en su mente aquella historia tenebrosa, de amor y odio. De un ser enamorado y sensible, tanto como repudiado por los demás, por la desfiguración que mostraba su rostro. Bueno no mostraba, pues se cuidaba de esconderlo detrás de una máscara, cuando en la protección ofrecida por las sombras de la noche, se atrevía a salir.
Desde el accidente nunca más fue capaz de mostrar aquel rostro frente a otro humano. Pero el amor de ella, le pudo. Y se encaprichó con hacer que se lo mostrara. No tanto por verlo, como después se demostró, como por vencer en las reyertas del corazón. En todo no vamos a ser el sexo débil, se decía la muy sátira.
Agotada, con los ojos como platos acuchillados, dejó el mamotreto aquel. Lo miró, se dijo, cuando me engancha es que lo vivo, un escalofrío recorrió su cuerpo.
Ni he comido siquiera, café y más café, he de dejarlo, si no el médico va a tener una excusa, cuando me lleven con yuyu dado. Bueno no más, pienso tonterías, me lavo los dientes y me duermo un rato, que vaya día, hoy solamente esos pobres diablos, pensó refiriéndose a los personajes de la novela.
El amor incondicional de él, la utilización correspondiente de ella. Pues él después se sintió utilizado. Pero ella se enamoró apasionadamente de un hombre con máscara, no del monstruo descubierto por dar rienda a su provocadora sed de descubrimiento.
El sueño apareció pronto, tan rápido que no dejó salir al hombre de la máscara. Se quedó atrapado en su ahora vida onírica. Su amante no estaba, ella la sustituía. Y el hombre de la máscara por tanto, que iba a hacer, la sedujo. Le hizo el amor, ella disfrutó como envidiaba en sus amigas. Pero el peso de culpa de estar engañando a la amante novelesca, hizo que el placer se tornara en llanto. Y el hombre de la máscara comenzó a gritar, ¡quieres ver mi rostro!, seguro que quieres verlo, maldita pécora, eres como todas. Siempre queréis más. Justo cuando se sacaba la máscara y su rostro iba hacer acto de presencia, se despertó empapada en sudor. La sonrisa le volvió al rostro. Miró el mamotreto encima de la mesilla de noche. Pensó, vuelve a tu libro, hombre enmascarado que ya te estabas pasando.
Al recostarse de nuevo, se llevó la mano a la entrepierna, estaba chorreando. Será posible, es la primera vez que me pasa, se dijo. Bueno no ha estado mal, a pesar del susto final. Pero esta noche, ya vale eh, dijo en voz alta. Mirando el libro, encima de la mesita de noche.


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